HISTORIAS QUE DEJAN HUELLA
“Mi madre me lo narro, me lo advirtió, pues una debe de enamorarse con los ojos bien abiertos., ya que una no puede darse el lujo de enamorarse de cualquier persona”
Marina Cruz Pérez vive en la colonia Centro de la comunidad de San Miguel Tenochtitlán, tiene 48 años de edad, es delgada, de tez morena, cabello negro y ondulado, de carácter amable, se dedica a su negocio de abarrotes, está casada, tiene 4 hijos y actualmente es delegada de su colonia.
El 20 de abril de 2016, en una tarde lluviosa nos concedió la entrevista, la cual fue más una charla entre viejos conocidos, al llegar ella ofreció con amabilidad genuina una taza de té, nos sentamos en el comedor.
Marina, hace una breve pausa, mueve la cabeza hacia un lado como tratando de recordar bien las palabras de su madre, respira profundamente y comienza a narrar la historia.
“Mi mamá me contaba que aquí en el pueblo en el lugar conocido como “el Huerto”, se hayan dos piletas enormes las cuales se llenaban con las aguas de un pozo, pues ahí, entre esas dos piletas estaba la casa de una serpiente la cual, decían los abuelos, que podía tomar la apariencia de persona.
Lo peligroso de esta serpiente es que se podía transformar en tu novio, pues la serpiente podía saber, de quien estabas locamente enamorada.
Decía que la serpiente se transformaba cuando el sol empezaba a ocultarse, después cuando se terminaba de convertir en persona, se iba a buscar a alguna muchacha enamorada que se encontrara sola en su casa; pues llegaba a la casa de la chava, chiflaba la serpiente, la muchacha se asomaba por la puerta y al ver a su novio, se salía de la casa y se acercaba a él.
La serpiente mala y engañosa, invitaba a la muchacha a acompañarlo hacia las milpas, donde nadie los viera, las muchachas que tontamente aceptaban y se iban con él
Ya en la oscuro la serpiente volvía a como era su apariencia original y mataba a la muchacha estrangulándola. Pero uno también podía saber si era la serpiente, pues ella nunca mostraba sus manos o al tocar su cuello era demasiado aguado.
Marina hace una pausa, levanta su dedo índice, bebe un poco de té y mirándonos fijamente a los ojos nos comenta:
“Es por eso que mi mamá nos decía, que no nos enamoráramos mucho de nuestros novios, que los hombres que te quieren bien te van a ver de día y enfrente de todos, pues el amor no se oculta, si es bueno”.
Marina no pudo retener una sonrisa en su cara que se dibujaba tímidamente al final de su oración, continuamos conversando, ella nos dice que estos cuentos y leyendas la educaron, le enseñaron muchas cosas, como el que uno no debe de enamorarse con los ojos cerrados, que en el mundo existe gente buena y mala.
Nos comenta con nostalgia que hace diez años su madre murió y con ella un sinfín de cuentos y leyendas, ella con pena solo recuerda unos pocos, nos mira nuevamente, hace una mueca y nos dice, - ya ven, muchas veces no valoramos, lo mucho que saben los ancianos”. Nos explica que a lo mejor muchos de ellos no tenían estudios, pero eso no los limitaba, pues ellos sabían si el clima cambiara con solo escuchar el canto del gallo, cuando es el tiempo adecuado para sembrar o cómo será el clima el resto del año.
Siguió la conversación, pero en un abrir y cerrar de ojos ella cambio su semblante de seguridad y amabilidad a incertidumbre e incluso de temor, pues ella nos comentaba que es una pena que a los ancianos se les hace aun lado, que en muchas ocasiones los adultos mayores son considerados más una carga, al escuchar esto entendimos el porqué del abrupto cambio en su faz; pues ella intuía como podría ser su vida en un futuro.
Es por eso que le preguntamos ¿A usted le gustaría llegar a ser anciana?, ella nos respondió instantáneamente con un no, pero también comprendía que eso no dependía de ella, lo único que le queda es disfrutar la vida y que lo que Dios disponga.
Antes de despedirme de ella me dijo verdad que es una pena, le responde ¿qué?, que estas historias vayan muriendo lentamente junto con sus relatores, yo solo sonrió, asiento con la cabeza, le doy las gracias y me despido de ella.
En un reportaje hecho por la UNESCO en el año del 2006 sobre las tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural inmaterial encontramos que:
El ámbito “tradiciones y expresiones orales” abarca una inmensa variedad de formas habladas, como proverbios, adivinanzas, cuentos, canciones infantiles, leyendas, mitos, cantos y poemas épicos, sortilegios, plegarias, salmodias, canciones, representaciones dramáticas, etc. Las tradiciones y expresiones orales sirven para transmitir conocimientos, valores culturales y sociales, y una memoria colectiva. Son fundamentales para mantener vivas las culturas.
Al transmitirse verbalmente, las expresiones y tradiciones orales suelen variar mucho. Los relatos son una combinación de imitación, improvisación y creación que varían según el género, el contexto y el intérprete. Esta combinación hace que sean una forma de expresión viva y colorida, pero también frágil, porque su viabilidad depende de una cadena ininterrumpida de tradiciones que se transmiten de una generación de intérpretes a otra.
Al igual que otras formas del patrimonio cultural inmaterial, las tradiciones orales corren peligro por la rápida urbanización, la emigración a gran escala, la industrialización y los cambios medioambientales. Los libros, periódicos y revistas, así como la radio, la televisión e Internet, pueden surtir efectos particularmente nocivos en las tradiciones y expresiones orales.
Lo más importante para la preservación de las tradiciones y expresiones orales es mantener su presencia diaria en la vida social. También es esencial que pervivan las ocasiones de transmitir conocimientos entre personas, de mantener una interacción de los ancianos con los jóvenes y de narrar relatos en la escuela y el hogar. La tradición oral constituye con frecuencia una parte importante de las celebraciones festivas y culturales, y puede ser necesario fomentar estas manifestaciones y alentar la creación de nuevos contextos.
Es por eso que concluimos que la tradición oral debe de ser protegida por todos nosotros, ya que es parte de nuestra identidad, un lazo que fortalece el tejido social y alienta la convivencia comunitaria.
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